¡Buenos días!

Hoy os traigo la adaptación de una fábula de Féliz M. Samaniego, y seguro que os suena.

El cuento de la lechera

Había una vez una niña que vivía con sus padres en una granja. Era una buena chica que ayudaba en las tareas de la casa y se ocupaba de colaborar en el cuidado de los animales.
Un día, que las vacas habían dado mucha leche, su madre tenía bastante fiebre y le pidió a la niña que fuera ella quien llevara a vender la leche al mercado. La niña, que era muy servicial y responsable, contestó a su mamá:
– Claro, mamita, yo iré para que tú descanses.

La buena mujer, viendo que su hija era tan dispuesta, le dio un beso en la mejilla y le prometió que todo el dinero que recaudara sería para ella.
¡Qué contenta se puso! Cogió el cántaro lleno de leche recién ordeñada y salió de la granja tomando el camino más corto hacia el pueblo.
Iba a paso ligero y su mente no dejaba de pensar cómo invertiría las monedas que iba a conseguir con la venta de la leche.
– ¡Ya sé lo que haré! – se decía a sí misma – Con las monedas que me den, voy a comprar una docena de huevos; los llevaré a la granja, mis gallinas los incubarán, y cuando nazcan los doce pollitos, los cambiaré por un hermoso lechón. Lo criaré hasta que se convierta en un cerdo enorme y entonces regresaré al mercado, lo cambiaré por una ternera que cuando crezca me dará mucha leche a diario que podré vender a cambio de un montón de dinero.
Tal y como lo estaba planeando, la leche que llevaba en el cántaro le permitiría hacerse rica y vivir cómodamente toda la vida. 

Iba tan absorta en sus pensamientos, que no se dio cuenta de la piedra que había en el camino. 
Tropezó y ¡zas! … La pobre niña cayó de bruces contra el suelo. Sólo se hizo unos rasguños en las rodillas pero su cántaro voló por el aire y se rompió en mil pedazos, derramándose la leche por todas partes acabando ahí sus sueños. Ya no había leche que vender y por tanto, todo había terminado.
– ¡Qué desgracia! Adiós a mis huevos, mis pollitos, mi lechón y mi ternero – se lamentaba la niña entre lágrimas – Eso me pasa por ser ambiciosa.

Con amargura, recogió los pedacitos del cántaro y regresó junto a su familia, reflexionando sobre lo que había sucedido.

Moraleja: No anheles impaciente el bien futuro; mira que ni el presente está seguro.
Reflexiona si ha habido momentos en los que has hecho muchos planes y luego... no ha salido nada de lo que tenías previsto.

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