Miércoles, 3 de junio de 2020
¡Buenos días desde casa!

Hoy os traigo una leyenda. ¿Sabéis qué es una leyenda?
Suele ser una historia donde mezclamos hechos sobrenaturales y naturales, mitos y sucesos verídicos, que es transmitida de generación en generación de forma oral y escrita.

En Japón existe una leyenda que cuenta que dos personas destinadas a quererse, están unidas por un hilo rojo atado a sus dedos meñiques. Este hilo es invisible para nuestros ojos, pero llegará un día en que conoceremos a esa persona que está al otro lado del hilo y la amaremos profundamente. Una leyenda que nos cuenta que los círculos se cierran.

Adaptación de LA LEYENDA DEL HILO ROJO DEL DESTINO

Hace muchos, muchos años, un poderoso emperador pidió que fuese a su palacio una famosa bruja, que era capaz de ver el hilo rojo del destino, para que, con sus poderes mágicos, le mostrase con qué mujer debía casarse.
La bruja le dio un extraño brebaje, y el emperador pudo ver un hilo rojo atado a su meñique. El otro extremo estaría en el meñique de la persona predestinada a ser su esposa.
La bruja y el emperador empezaron a rastrear el origen del hilo. Después de viajar varias semanas por el imperio, llegaron a una aldea muy humilde y vieron a una pobre campesina que amamantaba a su bebé, al tiempo que ofrecía fruta y verdura en el mercado.
La bruja le indicó que ahí acababa el hilo rojo y que allí estaba su futura esposa. Creyendo ser víctima de una broma de la bruja, el emperador empujó con fuerza a la campesina, cayendo el bebé al suelo y haciéndose una herida con forma de luna en su frente.
El emperador, muy enfadado y sin tener compasión por el llanto del pequeño, se volvió a su palacio ordenando a sus soldados arrestar a la bruja y expulsarla del reino.
Pasaron veinte años, y el emperador sabía que su obligación era casarse para fundar una familia y dar un heredero al trono, pero no había encontrado esposa que le agradara. Haciendo caso a los consejeros imperiales, accedió a casarse con una joven bellísima y culta, que no conocería hasta el momento de desposarse.
El día de la boda, el emperador estaba muy impaciente por saber quién sería su esposa. Esperó su llegada dentro del tempo lleno de gente curiosa que quería conocer a la novia. La futura emperatriz entró despacio, luciendo un precioso vestido bordado en oro y con la cara cubierta con un velo de seda natural.
Cuando el emperador levantó el velo, pudo ver una pequeña cicatriz en forma de luna en la frente de la novia, y, emocionado, recordó a aquel bebé que cayó al suelo. Besó dulcemente la cicatriz y pidió perdón por su comportamiento orgulloso en el pasado.
El emperador y la joven se casaron y fueron muy felices, pues el hilo rojo del destino jamás se rompió entre ellos.

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