¡Buenos días!

Hoy os traigo un cuento sobre el AMOR hacia nuestros mayores. En todos los momentos, nuestros mayores han sido objeto de devoción y cuido por parte de todos en general, pero ahora, más que nunca, debemos cuidarlos para que sigan a nuestro lado.

Es una lectura del cuento de Ana Bergua:

 La abuela necesita besitos




Todos los domingos mi mamá traía a la abuela María a casa para comer con nosotros. Pasábamos todo el tiempo con ella, jugando y aprendiendo un montón de historias fantásticas.
Una noche, nos llamó asustada porque se había caído al ir al servicio. Papá y mamá estuvieron hablando, y decidieron que no podía quedarse sola.
Cuando la abuela se quedó a vivir con nosotros, me enfadé. A mí me caía muy bien la abuela, pero tuve que prestarle mi cama, y a mí me mandaron a dormir a la habitación de Laura y eso no me hizo ninguna gracia.
No entendía por qué tenía que vivir en nuestra casa si ella tenía un piso grande con muchas habitaciones vacías. Definitivamente, yo quería que se marchara. 
Mamá me explicó entonces que las personas mayores no siempre pueden cuidar de sí mismas, y necesitan la compañía de su familia. Yo no entendía muy bien qué significaba aquello, pero la verdad es que la abuela nunca recuerda dónde se guardan las cosas, o se despista en mitad del pasillo, y ya no recuerda qué ha ido a buscar.

-Le tendrías que dar jarabe, mami.
-Las personas mayores no pueden volverse jóvenes, Maite -dijo mamá-. No hay tiritas para este mal, sólo podemos quererla mucho. 

Y yo la quería mucho, MUCHIIIISIMO, así que pinté unos dibujos súper bonitos para cada habitación, para que la abuela no volviera a despistarse: uno para la cocina (este me costó mucho, porque ¡hay muchas cosas en la cocina!). Otro para los cuartos de baño, con váter y un lavabo. Y uno para el comedor.
En las puertas de las habitaciones pusimos la foto de cada uno de nosotros. Así la abuela sabe dónde encontrarnos. Pero en la puerta de la calle, pusimos un gran papel que decía NO, porque la abuela un día salió, y no sabía volver. Menos mal que la señora Matilde, que vive en la puerta de enfrente, la vio y la acompañó de vuelta a casa. 
La abuela nos hace reír, ¡porque es como nosotras! Mamá está teniendo mucha paciencia porque la abuela María es un poquito mandona y protesta cuando hay que bañarse. Mamá le regaña cuando se le cae la comida de la cuchara y, sin querer, lo ensucia todo. Así que le ha comprado un babero gigante y, de paso, nos compró también uno para nosotras. 

Realmente la abuelita se está haciendo viejita. Como siempre estaba confundiendo los nombres de todos, Laura y yo le pedimos a papá que nos hiciera copias de las fotos más bonitas en que salimos todos nosotros, los tíos, los primos e incluso de Rita, nuestra perra. Las pegamos en un álbum, y debajo de cada foto, Laura, puso los nombres de todos en mayúsculas. Yo lo decoré todo con corazones, flores y formas. ¡Nos quedó genial!

Ahora nuestra casa parece una clase de nuestra escuela, con cartelitos por todas partes. Los hemos puesto en los cajones, para que se sepa qué hay dentro de ellos. Hasta hemos puesto uno fuera del armario, en el que pone: ARMARIO.
En nuestra pizarra de jugar le escribimos todos los días la fecha para que la abuela recuerde en qué día estamos. Si llueve, dibujamos un paraguas, y si hace frío, una bufanda y un gorro. Así, la abuela sabe qué ropa tiene que ponerse cuando tiene que salir a la calle. Yo le ayudo a abrocharse la chaqueta, porque suele equivocarse de ojal. También le cuesta subirse la cremallera y, a veces, tampoco sabe hacer lazos. Parece que Laura y ella estén aprendiendo juntas. Le dije a mamá que tendría que ponerle zapatos con velcro, y le entró la risa, pero en cuanto encontró unos zapatos así ¡se los compró!
Los fines de semana Laura y yo jugamos a hacer de maestras con la abuela, contándole los cuentos de siempre, porque ella no los recuerda muy bien. A veces empieza a cantar una canción, pero no se sabe la letra, y nosotras se la ponemos para que la escuche, o se la cantamos.

La abuela María se ríe, porque hacemos travesuras con ella. Un día la peinamos con un montón de pincitas y clips de los nuestros, y le maquillamos los labios y los ojos. Estaba tan mona que papá le sacó una foto. Cuando la abuela mira esa foto sonríe.

Ya sé que no hay medicinas para hacerse joven, pero yo pienso que los besos le van bastante bien.
La abuela suele pasar mucho tiempo con la mirada perdida, como si estuviera mirando hacia un lugar muy lejano. Cuando la vemos así nos sentamos en sus rodillas y le damos besitos por toda la cara. Y sus ojos regresan de aquel lugar lejano, y sonríe.
Por fin he entendido que es mejor que la abuela viva con nosotros, y me hace feliz que duerma en mi habitación. Seguro que su corazón rejuvenece por dentro viendo esos colores tan alegres.
Ahora sé que la abuela necesita besitos, porque le hacen reír.

Y tú, ¿tienes algún mayor a tu lado que necesite de vuestros cuidos?

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